(nota en proceso)
Se vienen dos clásicos amistosos para el fútbol de Rosario y que de amistosos no tienen absolutamente nada. Con una modalidad de lo más inusual para una ciudad no acostumbrad a jugar sin público visitante. Con dos equipos que tienen momentos relativamente buenos pero que, por las circunstancias, juegan en distintas categorías y hacen que la verdadera confrontación se dé entre las hinchadas y no tanto así entre los futbolistas y sus equipos, quienes se demostraron respeto y no generaron ningún tipo de polémicas con declaraciones filosas. Al punto que se dieron diversos hechos de vandalismo y criminalidad bien parciales que no deberían ser aceptados por la sociedad pero que terminan siendo tomados como parte del folclore de los clásicos.
Se dijo que los organizadores pidieron jugar sin público visitante y los clubes accedieron. Puede ser, pero imaginen que el equipo visitante hace varios goles y el partido se perfila como goleada. Ahora intenten imaginar una hinchada tolerante que acepte al otro como superior: imposible. Tumban el alambrado y se arma un gran despiole, con el altísimo riesgo que correrán los jugadores en primer lugar. Supongan una confusión del árbitro que termina en un fallo erróneo que pueda parecer completamente parcial, perjudicando al equipo local. Otro despiole. Imaginen que un par de faltas fuertes que lesionen un par de jugadores locales. Imaginen nomás cosas que ya pasaron muchas veces en los clásicos y que solo no pasaron a mayores porque hay dos hinchadas en el mismo estadio que a la vez de confrontar, se controlan y limitan entre ellas.
La intolerancia en lo que a fútbol respecta es muy alta en Rosario. La guerra de las pintadas entre canallas y leprosos avergüenza a todos los rosarinos que, día a día, ven como la ciudad es ensuciada cada vez más. Pareciera que a los gobernantes les parece simpático o constructivo, la cuestión es que no queda columna de luz, cordón de vereda, baranda de puente o paseo, y no contemos la cantidad de frentes de casas y hasta propiedades de patrimonio arquitectónico de valor para la comunidad, sin pintar de rojo y negro o de azul y amarillo. Sin olvidar que no son solo colores, también es la forma despectiva que los vándalos tienen de hacerlo. No importa el mamarracho que hagan ni donde lo hagan, solo importan los colores. A eso le llamamos ser cabeza de termo.
Ahora también sumamos la quema de frentes, como en la sede que Central tiene en calle Oroño, o el negocio completo de un comerciante que vendía merchandising de Ñuls en calle Rioja. O las bombas molotof que le tiraron a otro local de un periodista parcial. Con investigaciones que no arrojan ningún resultado, que no dejan responsables ni nadie que pague las consecuencias. Y que provocan el total descreimiento de la comunidad sobre la policía y la justicia. Lo que es gracioso es que hasta los políticos, jueces y dirigentes se suman a bajar los decibeles de la disputa, con discursos de consenso, de pacificación, pero ellos, quienes tienen el voto para reclamar e intentar cambiar las cosas, no lo hacen. ¿O es tan difícil prohibirle la entrada a los que provocan los desmanes? Si no se animan a hacerlo, tampoco se suban al carro y hagan propaganda de ellos mismos.
Los clásicos deberían ser una fiesta, gane quien gane. Donde ambas hinchadas deberían convivir dignamente. Para que eso suceda, hay que acostumbrarse a vivirlos, a compartirlos. El camino del acuerdo hay transitarlo juntos, no separados. Hay que acostumbrarse a que del lado de enfrente estén la otra parcialidad, que también es un vecino, un amigo, un amigo de un amigo. Y la mejor forma es jugando más clásicos, no quedan dudas, pero para tener más momentos de fiesta compartida, no de odio.
Esperamos que esta vez pase inadvertida, lo cual es improbable y solo sería la consecuencia de otro empate, cosa que nunca es lo que más nos gusta. Pero lamentablemente, podría ser lo más beneficioso para todos.
viernes, 18 de enero de 2013
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