miércoles, 27 de junio de 2012

Trip Tour: cuidado con las comidas!


Estaba en boca de todos, justamente, lo que el tipo se ponía en la boca. Resulta que hace unos años un conductor decidió completar sus programas sobre viajes por el mundo ingiriendo en cada destino todo lo que para nosotros resulta culturalmente asqueroso, repugnante o, literalmente, incomible. 
A todos los que viajamos nos sorprenden muchas cosas de las distintas culturas, los cultos a la muerte, las religiones, las castas, los clanes familiares, los transportes y, por supuesto entre otras cosas más, las comidas.

Mi primer encuentro con estas experiencias fue en Perú cuando, en un simpático bodegón a la vuelta de la plaza de armas de Cuzco, después de haber pasado un día entre las fantásticas ruinas de Sansyhuaman, me pedí el plato del día. Rezaba la pizarra de la puerta algo así como "guiso de carne y papa". Título tentador y realmente estaba muy bueno. Después de haber limpiado mi plato con la última miga de pan - lo cuento para que se dimensione cuánto lo disfruté -  y listo para iniciar una pequeña charla con el mozo, le pregunté las características del potente plato. Papa, cebolla, pimientos, especias, me dijo, y cuí, cerró el parroquiano con su mejor sonrisa. Madre mía, acababa de comerme un ratón en estofado! Inmediatamente después de eso me tome media botella de vino y me fui a dormir con una sensación 
terriblemente asquerosa. Pero no sería la única.

A los perros calientes!!!
En otra oportunidad, durante uno de mis recorridos nocturnos por la Street Food de Kuala Lumpur, que es una calle en la que durante dos cuadras uno se encuentra con cientos de puestos callejeros de comida, sumamente iluminados y coloridos, me paro frente a una parrillita que emanaba aromas muy similares a los de un asado. El aroma me atrapó por lo que me detuve. Estaban haciendo pequeñas brochettes de carne con una salsa de limón que tentaba y mucho. El cocinero, rápido para la venta, me ofreció uno para probar, a lo que no pude negarme. Una vez ingerido y luego de agradecerle con señas, le pregunté si era muu muu muu - carne de vaca - y el maestro parrillero me contestó que no, que era guau guau. Por Dios, me había comido una parte de un perro.

No te podés ir de Laos sin probar
esta delicia.
Las experiencias siguieron. Otra situación que recuerdo fue cuando, en un viaje por Laos, logré que el conductor de la camioneta entendiera que necesitaba parar a comer algo. Llegamos a un arroyo en el medio de la nada, donde en el lecho del mismo había unas tiendas muy precarias. Desde allí, y una vez que el conductor gritó algo que seguramente tenía que ver con ganas de comer algo, salieron corriendo unas jóvenes con grandes canastos dirigiéndose hacia mí. Resulta que en las canastas tenían las más frescas, brillantes, crujientes y todavía aún vivas cucarachas de río que vi en mi vida. Por supuesto, no pude atinar ni siquiera a olerlas. Las fotografié, chicas y cucarachas, y ante la cara de desprecio de las vendedoras, les compré  un paquete de galletitas. Entiendo que para ellas mi elección no tenía criterio alguno, cambiar aquellas fantásticas cucarachas recién pescadas por unos simples biscochitos azucarados. 

En Bangkok se pueden encontrar habitualmente puestos con todos los bichos que uno pueda imaginar, a lo mejor, no tan frescos como los de Laos, ya que están fritos y los venden en encantadores conitos, de esos que absorben el dañino aceite. Arañas, langostas, grandes cucarachas, alacranes, gusanos y otros insectos horripilantes que están fuera de mi vocabulario. Y pensar que uno aplasta contra el piso todo bicho que se le cruza.

La idea nomás da escalofríos.
Una vez en China, caminando por las calles de Beijín, me encontraba con un amigo a quien le gusta comer huevos duros, comida que detesto y más aún después de lo que voy a contar. Esa vez, paramos en el puesto de un vendedor de los tantos que ofrecen comida en la calle y notamos que había huevos duros, como quería mi amigo, pero con dos precios sobre el aparente mismo producto. El huevo duro ya me repugnaba nomás con su aroma porque, para colmo, no sabíamos bien en qué lo hervían. Largaba un hedor terrible pero, bueno, a mi compañero pareció no molestarle y decidió comprar el huevo más caro pensando, supuse, que algún beneficio extra tendría. Efectivamente. Le da el primer mordisco y, claro, ahí estaba el premio: el huevo venía con el feto del pollito adentro. Sin palabras. Para ellos –los chinos, es una exquisitez. Creo que si yo lo tuviera que comer, pasaría descompuesto varios meses.

Ramón en Laos, esperando
picada de lagartijas y babosas.
Para terminar con estas pequeñas reseñas culinarias, quiero volver a Laos. Esta vez, durante un viaje en un colectivo me senté junto a un grupo de niños. Después de hacer algún truco de magia, mostrar alguna moneda de otro país, sacar las fotos de mis perros, ya éramos un grupo de buenos amigos que comparten su comida. Yo saqué mis frutas e intenté compartir. Al rato, la madre de uno de estos infantes sacó una bolsita de plástico y de allí, algún tipo de pajarito hervido con piquito, alitas, patitas, y tripitas incluidas, todo. Le puso sal y lo cortó con las manos ofreciéndonos a todos un poquito. Vale la aclaración que alegué dolor de panza mientras miraba como los chicos degustaban con placer el pajarito entero, todo.
Es difícil entender que la gente coma con tanto placer todos estos platos y snacks. Pero habría que pensar por otro lado que para muchas culturas, en especial para los que adoran a las vacas, vernos comer un asadito completo, con chorizos, chinchulines, mocillas, tripa gorda rellena, costillar y vacío, también es uno de los crímenes más detestables y desagradables que existen.

Ramón Herrera

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