jueves, 25 de octubre de 2012

Trip Tour: Otra vuelta para todos!


(nota en proceso)
Paró de llover, pero había que
terminar la cerveza.
Cuando viajaba seguía un itinerario sumamente fluctuante, solo grandes destinos, para luego partir para donde me llevara el viento. Así llegué a Irlanda (del Sur) después de un viaje por Nepal. Resulta que en Katmandú, y en varias ciudades de India, me había hecho amigo de varios irlandeses que, de a poco y sin contacto entre ellos, participaron de una propaganda pro Irlanda que fue definiendo mis horizontes hacia su isla. Me hablaron de los paisajes, me hablaron de la gente, me hablaron de la independencia, me hablaron de la Guinness. Y bueno, casi convencido de que la pasaría genial, saqué mi pasaje desde Katmandú hacia Londres, desde donde directamente partiría a la “Victoria Coach Station” con destino a Dublín. 
Una vez en Londres, después de tres días de viaje ya que, por una gran tormenta, el avión tuvo que bajar en Abu Dhabi, aterricé en Heathrow. Migraciones nunca fue mi lugar preferido y, para no perder la costumbre, me interrogaron más de la cuenta cuando les dije que no me interesaba en absoluto quedarme en Inglaterra, que mi destino era Irlanda y que luego partiría hacia Bilbao para después volar a Nueva York desde Madrid. Sin palabras, inmediatamente me autoconvertí en candidato a terrorista. Venia de cuatro meses en Asia, partía a el hogar de la IRA, de ahí a la casa de la ETA para luego perderme en Nueva York con un pasaje abierto a Sudamérica. Después entendí perfectamente al encargado de migraciones en todas y cada una de sus preguntas. Pero me dejó pasar y muy contento partí a mi nuevo destino. 
Amigos irlandeses de Ramón
demostrando destrezas.
Cuando llegué a Dublín estaba muy cansado después de cuatro días de viaje, llovía, no encontraba un taxi y no tenia noción de hacia dónde ir cuando, desde un auto, un mujer me preguntó si necesitaba algo y que con gusto me llevaría. Había llegado a Irlanda. A partir de ese momento, me empecé a dar cuenta de la calidad humana de este país. Esa misma noche me perdí en un pub cualquiera cerca de mi albergue. Me acodé en la barra y me pedí mi primera pinta de Guinness. Confirmaba sobradamente que había llegado a Irlanda. Fue un viaje de ida. A partir de esa noche, no pasó un solo día en que no incursionara en los fantásticos bares de todos las ciudades que recorrí. Sinceramente, me "tomé" muy en serio el asunto, de hecho era como ir a visitar un museo o una catedral y, después de cierto horario, tenia que ir por una Guinness, era adictivo. 
Ramón y una Guinness, otro día de
mucha lluvia.
En los pubs, siempre en la barra, encontraba parroquianos para hablar. Los horarios según pasaba mi estadía, eran más flexibles y no se supeditaban solo a la tarde, casi, noche, sino que siguiendo las costumbres del lugar más de una vez el cafecito de la tarde se cambiaba por una cerveza. En ocasiones, tal vez en tres o cuatro oportunidades, incurrí en estas practicas cerveceras a la mañana. A modo de esgrimir una especie de defensa por si se me tilda de algo que no soy, alego que era época de muchas lluvias, lo que obligaba a deternese y hacer una pausa.  En Dingle, una tarde de muy lluviosa, lógicamente, me encontré hablando con un caballero que al otro día se tenía que operar y no sabría de su suerte a partir de aquella intervención, por lo tanto ya se había tomado doce pintas y, mientras charlábamos, se tomó no menos de cuatro más. En otra oportunidad, también día de lluvia, un pub rebajaba el precio de las cervezas por cada gol de Irlanda, el partido terminó tres a cero contra Arabia Saudita y, en cada gol, la gente se compraba cinco pintas para aprovechar el descuento. La mayoría se tomó unas quince. 
Ramón en un pub aprovechando
las promociones.
Otra noche, también llovía torrencialmente, nos pusimos a hablar con unos muchachos que, al enterarse de mi Argentinidad, se alegraron y enarbolaron la bandera de odio hacia los ingleses y, en particular, a una pobre parejita inglesa que estaba en el bar, logrando que ésta se sintiera tan incómoda al punto de retirarse literalmente silbada por las demás personas del bar, como los árbitros de la cancha. En Galway, también en un día lluvioso, me hice amigo del barman de uno de estos bares quien me dijo que nunca pida media pinta porque eso era de mujer y muy mal visto para los hombres. Cuando compartía alguna barra o mesa con Irlandeses y tomaba solo dos o tres cervezas, siempre me preguntaban sobre si me sentía bien o si no tenía mas dinero. No entendían que con dos pintas (un litro), para mí estaba bien. Dublín, Kilkenny, Killarney, Cork, Dingle, Doolin, Galway fueron las ciudades que recorrí y descubrí. Ahondar en detalles como la arquitectura en sus ciudades, castillos y pueblos, o los fantásticos paisajes rurales siempre verdes y ondulantes seria injurioso ya que no encontraría las palabras indicadas. Solo puedo decir para esbozar una pequeña descripción que la emoción mezclada con sorpresa se repite continuamente en este país, desde las praderas interrumpidas con históricos muros de piedra delimitando parcelas que se pierden en las elegantes montañas. En los muchos castillos o fortalezas perdidos en los caminos que aún, semi derrumbados por el paso del tiempo o vaya saber Dios por qué o quién, guardan toda su hidalguía. Los pueblitos o caseríos llenos de detalles en sus puertas de colores, en sus muros, en sus calles de piedra centenaria. Fantástica es la permanente relación entre la costa y el mar que se manifiesta en todas los retratos territoriales posibles encontrando en los increíbles acantilados de Moher un de las mayores revelaciones de magnificencia geográficas que jamás vi. Salí de Irlanda enriquecido en todo sentido, social y culturalmente. Salí de Irlanda para volver dos años más tarde. Salí de Irlanda completamente feliz. Y por supuesto salí de Irlanda hacia Bilbao sin, no antes,  haberme tomado cuatro Guinness y llegar mareado al avión. Esta vez no llovía.

Ramón Herrera.

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