jueves, 5 de julio de 2012

Trip Tour: a caminar por el Himalaya!


Dos veces estuve en Nepal, las dos traté de hacer trekking por los Himalayas. Una lo logré y la otra no, o sí, pero a medias.
Bueyes cargados en puentes colgantes,
se jubilaron con lo cobrado para la foto.
En Nepal es como obligatorio hacer algún trekking. De hecho, la gran mayoría de los turistas que pasan por allí está con planes de salir a dar una vuelta por los Himalayas. Están los profesionales, que se distinguen por sobre los demás, se los ve en los bares con ropas especiales, sponsors y tal vez alguna cámara tomando las imágenes previas a sus heroicos ascensos. Muchos de estos intentan llegar al pico del Everest o a otra de las famosas cumbres aledañas. Los otros, los amateurs se dividen a su vez en dos tipos: los que saben a que van, que conocen los nombres de los pasos y caminos, de los pueblitos, de las montañas que verán y de las que no, son los mismos que entrenaron un poco más para que las caminatas sean placenteras y puedan disfrutar de cada paso en las impactantes montañas. Y el otro tipo, al que yo represento, sobretodo en mi primer incursión al trekking de montaña. Como características generales de esta tipología, poco y nada de estado físico, total inexperiencia caminando en pendiente, completo desconocimiento de los lugares a visitar y la creencia de que, con algunas indicaciones y una guía con plano, uno se puede internar en los himalayas. Y para cerrar la descripción, considerar que esto del montañismo es una papa.
Pueblos milenarios, ni hablar de un
autoMac o un Showcase.
El viaje empezó gestionando el permiso de montaña, que es obligatorio para todos los que intentan cualquier excursión en las afueras de cualquier cuidad de Nepal. Este se saca en unas oficinas publicas donde hay que hacer miles de trámites y llenar otros miles de formularios. Y además, pagar por separado cada sellado y estampillado. Con lo que te quedan dos opciones, entregar el pasaporte a un desconocido que te realiza todo por unos dólares, o hacer como yo, que por paranoico me recorrí todos los pasillos de esta secretaría publica. El tiempo final de duración es el mismo, un día. La única y no menor diferencia, terminás liquidado por ahorrar 5 dólares. 
Después de ese intenso día de trámites, me alisté para la salida con mapa en mano, compañero de viaje, mochila liviana y mucho amor propio.
Tomamos un colectivo a Syabrubesi, que está a 1450m y es donde empieza el Langtang valley Trek. Un recorrido que lleva 9 días de caminata con altura fina de 3900 o 4381 m. sobre el nivel del mar. Alturas que varían según la ruta que se tome, nosotros por las dudas optamos por la más corta. Yo me encontraba con muchas ganas hacer la travesía y, por algunos comentarios de otros amigos que hice en Katmandú que aseguraban la facilidad de dicho paseo, no dudé y me largué a hacerla con mi compañero de viaje. 
El botones no se ve en la foto,
venía mas atrás con las maletas.
El choque con la realidad fue duro. Desde el pueblo de partida hasta el lugar en donde debíamos dormir, el Lama Hotel, ubicado a 2480m, había que tardar entre seis y siete horas. Nosotros tardamos ocho. Pero eso no es nada, además llegamos desechos y malhumorados, con las piernas acalambradas y muertos de sed y de hambre. enseguida nos acomodamos en el hospedaje y esperamos a la mañana siguiente, ya con un poquito menos de entusiasmo pero con la convicción de seguir firmes en la aventura. 
Al otro día, luego de un frugal desayuno, salimos hacia el pueblo de Langtang que, según las guías de ruta, llegaríamos entre cinco y seis horas. Bueno, después de estar extasiados de las impactantes montañas, las cascadas, los picos nevados, los pájaros y flores mas bellas jamás vistas, y de andar durante más de nueve horas, nos dimos cuenta que estábamos perdidos. Lo que nos hizo pensar que ya no nos gustaban más esos maravillosos paisajes, es más, ya ni los veíamos. La situación nos provocó tanta adrenalina seguimos caminando por dos o tres horas más, ya casi sin luz porque estaba bajando el sol. 
Ya cuando la desesperación y la oscuridad empezaba a adueñarse de todo, vimos unas luces cercanas renovadoras de nuestras  fuerzas, a las que apuntamos y nos dirigimos sin dudar. Para nuestra sorpresa, al llegar reconocimos inmediatamente el magnifico pueblo budista en donde se hallaba, ni más ni menos, que nuestro querido Lama Hotel. Sí, el mismo donde habíamos dormido la noche anterior. El hecho de caminar en círculos no fue para nada grato, por lo tanto luego de pensarlo por unos minutos decidimos que esto del treeking había llegado a su fin. Así fue que el siguiente día me encontró nuevamente sentado en una terracita de Katmandú mirando con mucho cariño y fascinación esas inalcanzables montañas. Eso sí, bien de lejos.
Prometió no afeitarse hasta volver a los
Himalayas, Ramón es hombre de palabra.
Pero como el hombre es terco, al año siguiente tuve la oportunidad de volver a este lugar, ya más entrenado y consciente de la experiencia vivida. Entonces, me fui a una agencia de turismo y con un Yerpa y una brújula, partí nuevamente hacia los Himalayas. No voy a decir que este viaje fue fácil fue fácil, sobretodo porque planteamos llegar a los 4381 metros pero, la realidad es que es increíble la dimensión de esas montañas. Vimos picos de mas de 8000 metros, cruzamos puentes colgantes sobre acantilados de setenta metros de altura, pasamos por pueblos medievales detenidos en el tiempo, dormimos en cocinas de casas hechas de barro y piedra calentadas por algún horno a leña. La cordialidad de la gente es única, tanto que de hecho, en uno de estos pueblos una lugareña me vio gauchito y me ofreció quedarme a trabajar en el pueblo con los yaks y con ella. Macanuda la señora pero no, le dije, por ahora no. En otro, en el más alto en el que estuvimos, el Gosaikunda 4381 metros, se largó una tormenta eléctrica impresionante en la que los rayos iluminaban todo y estallaban, literalmente, sobre nuestras cabezas. En la choza en la yo que estaba, el agua y el viento hacían estragos.
Al final del Trekking, nada grave pasó y la vuelta a Katmandú fue dura pero con la satisfacción de haber conocido las más maravillosas montañas que vi en mi vida.

Ramón Herrera

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