jueves, 12 de julio de 2012

Trip tour: en bondi por India

Éramos aproximadamente setenta personas donde debíamos ser no más de cuarenta y cinco. Era un viaje de doscientos diez kilómetros que duraría, como mucho, seis horas. Tardamos once. No es fácil sacarle al león la comida de la boca como no es fácil viajar en colectivo en India. Tampoco todos los viajes en colectivos tardan once horas: algunos, muchos, tardan trece o quince. En realidad, subirse a uno de estos colectivos para recorrer alguna distancia más o menos larga puede resultar una experiencia inimaginable, mas allá del tiempo y del espacio.
Todos arriba, todos contentos!
El primer viaje fue una noche de calor, despejada, interminable. La primera sorpresa fue al llegar, con la primera impresión del micro. Parecía tener tantos años como Buda y lucía agotado, sucio, roto, pesado, pero a la vez simpático. Los asientos ya no tenían esa confortable goma espuma para dar confort al viajero, se habían transformado en unas tablitas de madera, tan juntas unas a otras que me tuve que sentar de costado. Ruedas tan lisas que uno hasta duda que alguna vez hayan tenido el dibujo de cualquier neumático, y ventanas que no abrían, que no estaban o que, simplemente, su lugar lo ocupaba un cartón que duraría no más diez o veinte minutos de iniciado el viaje. 
El decorado estaba compuesto por estampitas y pósters de dioses que pueblan ese el país, tantos como cientos o miles, tantos como las necesidades y deseos que hay en India, los más renombrados se veían rodeando el chofer.
Se impone el Buda Decó. Los modelos
de la foto son pasajeros que rehusaron
bajar para no perder su lugar.
A la hora indicada y después de eludir algunos vendedores, subí al lugar donde pasaría la noche y le robaría también unas horas a la mañana. Me ubiqué en el segundo asiento y esperé. Subió gente pero no tanta como para sentirme tan apretado como estaba, miré hacia atrás y para mi asombro vi que estaba todo vacío, le dije a alguien que estaba parado al lado mío, yo lo veía incomodo y forcejeando con otras dos personas, que atrás había lugar. Me dijo que sí y siguió en la misma postura. Luego me enteraría que a los Indúes les gusta viajar cerca del conductor, y por lo que parece, mucho.
Empezó el recorrido, yo iba medianamente cómodo y feliz, creía que en algunas horas estaría en Bactapur. Mi sonrisa duró poco al darme cuenta de que, en los primeros cuarenta minutos ya habíamos parado cinco o siete veces, y que en cada una de estas tardábamos veinte minutos. Entonces empecé a comprender donde estaba. Parábamos y subía y subía gente, un brazo adelante, un nene en mi falda, un bolso bajo mis piernas, un mundo. Todo era como un rompecabezas de tres dimensiones, que se armaba y desarmaba en cada parada, bajábamos todos todavía no sé bien a qué, pero ahí estaba, subiendo y bajando cestas con frutas, cajas de colores, saltando los sacos de cereal - que no se movían del escueto pasillo, y el calor, que me invadía en cada movimiento.
Sector clase business.
La ruta, me considero generoso en llamarla así, era un solo pozo. La tierra entraba por las ventanas y la idea de que iba a dormir por la noche se esfumaba cada vez que saltábamos de los asientos. A este marco que me impedía el sueño se sumaba la audacia del conductor, constante en los choferes de toda India. El hombre usando su mejor criterio iba por el medio del camino ya que por allí había menos pozos. Pero había un problema, los que venían de frente tenían la misma política pero potenciada por una aparente idea de audacia que radicaba en que ambos no volvieran a su carril hasta que el otro estaba prácticamente encima. Yo, que viajaba ubicado en los primeros asientos, tuve la suerte de ver esto y sentir que chocábamos cada vez que venía alguien de frente.
Colectivo casi lleno. Ramón, el de
camisa a cuadros. No, al lado de ese.
A esta altura y como males menores, había otras dos cosas que impedían mi descanso: la música y las bocinas. La primera, al margen de que me gustara o no - sinceramente no me gustaba, no solo estaba con el volumen al máximo sino que también en todo el colectivo había un solo cassette así que, recuerdo haberlo escuchado unas doce veces por lo menos, sin exagerar, todavía creo recordar de memoria cada uno de aquellas canciones. Tocar mucha bocina en India es completamente normal, a cada cruce de autos, a cada puesto al costado del camino, a cada persona que se vea, a la entrada a cada pueblito, a cada hoja de árbol que caía (exagero), suena cinco o seis veces la bocina, y esto se traslada a los autos, camiones, colectivos, etc. que iban delante y detrás nuestro. Cuando me di cuenta el sol ya estaba con nosotros.
En los viajes siguientes decidí llevar algún cassette y prestárselo al chofer (generalmente comprado para tal efecto), también adquirí un almohadón chiquito para sentarme, dejé de  pensar en dormir y ya, sabiendo lo que se venía, subía a cada colectivo con una sonrisa de resignación y, sobre todo, con un bolso cargado hasta el limite de paciencia.

Ramon Herrera

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