viernes, 7 de septiembre de 2012

Trip Tour: tomando una copa en medio de la selva


Rumbo a Laos hice una parada técnica en Chang Mai que me traería un gran dolor de cabeza. Después de varios días de estar en la fascinante Bangkok, me aventuré rumbo al norte de Tailandia con destino final Laos. La parada obligada en ese camino es Chang Mai. La verdad es que solo pensaba estar una noche allí pero en el hotel me hice amigo de un grupito de gente que al otro día salía en un tour de dos noches hacia la frontera con Burma y cambié de planes. 
Nos conocimos en una especie de feria donde, entre otras atracciones como bailes, objetos y comidas típicas, había una velada de boxeo thai. El sistema era que un grupo de boxeadores invitaba a pelear a gente del público, por supuesto por dinero. Lo que veíamos generó una charla sobre la particular velada y sobre la posibilidad de subir a agarrarnos a trompadas con alguno de estos oferentes por unos pesos. Parecían no muy agraciados físicamente y carentes de una técnica refinada y rápida, sumado a esto, te otorgaban todos los protectores necesarios para subir al ring. Hablando con mis nuevos amigos y envalentonado por lo dicho anteriormente, estuve a punto de largarme como contrincante cuando del otro lado de la platea improvisada con sillitas plásticas se paró un australiano con mis mismas intenciones. Resultó que, ni bien presentaron al tipo en el ring y le colocaron el casquito y los guantes, se subió a pelear un púgil totalmente distinto a los presentados minutos antes. De más está aclarar que el nuevo contrincante era más rápido, más grandote y amplio conocedor de las técnicas de combate. El resultado cantado, el australiano, recibió tantos golpes por minuto que todavía debe estar dolorido. Y yo aún le estoy agradecido.
Para el siguiente día, el plan era recorrer varios kilómetros en elefante para luego hacer un trekking por las montañas, llegar a una gran cascada sobre la frontera y terminar volviendo por un pequeño río flotando en canoas de cañas de bambú a favor de la corriente. Durmiendo en pequeñas y pintorescos pueblitos. Salimos temprano a la mañana en una combi rumbo a la selva. Lo primero que hicimos como estaba estipulado fue subir a un elefante cada uno y partir con rumbo al norte. Al principio se siente muy bueno, para mí era la primera vez arriba de uno de estos inmensos animales, pero cuando se sale del momento de fascinación y sorpresa por lo nuevo, más o menos a la hora, hora y media, la cosa se pone un poco aburrida. Finalmente estuvimos tres horas más en el lomo del pobre animal. Lo único que me despertaba del aletargamiento por el monótono paso de la bestia era el hecho de tener que esquivar todas las copas de los arboles ya que la selva estaba muy pero muy tupida y el elefante pasaba de casualidad: todo lo que había sobre él no pasaba, o sea el que escribe. Cuando nos bajamos sacamos las fotos de rigor y le dimos de comer unas enormes ramas verdes que agarraban con la trompa y las masticaban como a un caramelo sugus. Luego, a caminar por la jungla. 
Pasado un largo rato de trekking prácticamente todo en subida y con mucho calor, corría muy poco aire por lo espeso del paisaje, llegamos a una pequeña aldea donde nos dieron una especie de cabaña elevada del suelo, armada de cañas y con techo de paja. Sería de unos 5 por 5 metros. Allí dejamos las mochilas y luego de confraternizar con niños y comprar algún que otro objeto típico, comimos en una especie de quincho al aire libre. Las casitas y depósitos del pueblo, estaban todas elevadas, ya que en tiempos de lluvia el agua que bajaba de la montaña arrasaba con todo, por eso todo estaba parado sobre pilotines de madera. La vista desde el pueblo era fantástica, de por si el pueblito parecía colgado de la montaña, y de este se veían kilometros y kilómetros de selva verde y ondulada por las montañas solamente interrumpidas por algún hilo de agua u otro caserío. 
Después de comer, el guía de la excursión sacó lo que sería el fin del tour. Dos botellas de whisky de origen tailandés, realmente espantoso, pero muy bueno para alegrar la noche. A tal efecto a la parejita de Nueva York que nos acompañaba se le ocurrió jugar a esos juegos de palabras que si uno se confunde se toma un vasito entero. Claro, sumado a ellos había tres chicas de Inglaterra y dos muchachos canadienses, un ex – soldado israelí y yo. Obviamente, el juego era en inglés y ya estaban decretados los perdedores. En síntesis, en un momento difícil de determinar dado pierdo todo contacto con la realidad y recién la recupero cuando me despierto al otro día. Los compañeros de grupo me informaron cómo terminé la jornada anterior, ya que no me quedó registro de nada. Mi amigo israelí apareció recién a media mañana ya que el también perdedor, en un momento se paró y se fue corriendo hacia la espesa vegetación de la selva. No lo pudieron encontrar. De hecho, me dijeron que yo también participe de la búsqueda pero no lo recuerdo. 
Después de comer seguimos camino. El tour sufrió recortes por causas ya descriptas, por lo que salteamos el paso por la cascada que teníamos planeado y nos relajamos toda la tarde en una laguna. A la mañana siguiente, para volver, nos subimos a unas canoas hechas de bambú que mediante un palo que oficiaba de remo íbamos controlando el recorrido impulsado por la corriente. Uno se paraba por detrás de la embarcación y luego de unas caídas al pequeño río, le agarramos la mano y llegamos a destino. De vuelta, ya en el hostel y con un dolor de cabeza infernal, me preparé para partir a Laos. El malestar me acompañó durante dos días, después se fue de nuevo para Chian Mai.

Ramón Herrera.

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