jueves, 20 de septiembre de 2012

Trip Tour: la India te da sorpresas!

La idea original era ir desde Chandigar rumbo al norte, llegar a Dharamsala, recorrer los pagos del Dalai Lama descansar un poco, seguir a Leh para rodearme de los imponentes Himalayas y disfrutar de una estadía en un pueblito netamente tibetano. Luego, cruzar a Pakistán. Era lo ideal, lo soñado, lo planeado en una playa de Tailandia tomando sol. Pero también era fin de febrero y no tuve en cuenta que hacía 15 grados bajo cero en el norte de India, por lo cual las rutas estaban todas cerradas por la nieve y las avionetas, que te podían acercar a las montañas, eran menos fiables que un mono con navaja. Así que lamentablemente hubo que cambiar el rumbo. 
Tomate una garompa y visitá este
observatorio astrológico.
Siempre apuntando hacia Pakistán, partí para el Rajasthan,  al corazón del desierto del Thar. La travesía empezó en Jaipur. No tenía muchas intenciones de quedarme, pero después de 17 horas de colectivo, necesitaba estirar las piernas y parar por un día. Recorriendo la ciudad, lo que más me impresionó fue el parque del observatorio. Son entre veinte y veinticinco objetos de diferentes tamaños y formas completamente fuera de lo común, escaleras que llevan a la nada, cruzadas con grandes semicírculos llenos de números en hindi, semi esferas enterradas con líneas y puntos cruzadas con franjas negras, círculos de hierro colocados en distintos ángulos que proyectan líneas de sobra sobre distintas formas enterradas o a nivel de piso, ambas con las más diversas anotaciones.  Sin dudas, para mí era un parque surrealista, imagino que para un astrólogo, un paraíso. 
El japo decía "azul, azul"en japonés,
pero todos le entendían "No de nuevo,
no de nuevo" y lo miraban raro.

El viaje siguió en tren hacia Jothpur. Llegué a la mañana, diría a la madrugada, y decidí quedarme en la estación de trenes en una especie de sala para turistas donde había grandes sillones que mejoraban la espera de otros viajeros hasta que salga el sol. Uno de ellos, japonés el amigo, me repetía en un mínimo ingles algo (traducido) como “todo azul, se ve todo azul, es bellísimo”. Este tipo está dado vuelta desde anoche y dice pavadas, pensaba yo. Bueno, pobre japonés, a la mañana después de que me alojé y me dirigí al castillo ubicado sobre la ciudad me di cuenta que, desde arriba, la ciudad esta toda pintada de azul. Increíble. Por la poca perspectiva que hay entre las callecitas laberínticas y la cantidad de gente, caminando uno no puede darse cuenta de esto. Pero, realmente, como decía el japonés, bellísimo efecto urbano.
Ramón rodeado de chicos al grito de
My friend, my friend, escuchando a
Cacho Castaña con su walkman.
Para bajar del castillo, tomé el camino largo, el que me perdía dentro del la ciudad. Apenas empezaba la bajada, se me ocurrió darles unas biromes a unos niños que encontré lo que produjo que me siguieran todo el camino gritando “my friend, my friend”. Me pareció simpático durante los primeros veinte o treinta metros, pero después de caminar por media hora y en bajada por las pintorescas calles, y que en el trayecto se sumaran a sus gritos otros cincuenta chicos más a viva voz con la misma consigna, y que todos los vecinos a mi paso se asomaran a puertas y ventanas mirando de qué se trataba la procesión, la cosa se puso muy tensa. Ya que no tenía idea en qué podría terminar todo, ni dónde, ya que estaba completamente perdido en un lugar desconocido. Afortunadamente, todo terminó en la una plaza en la que me senté y saqué fotos a todos los niños y a algún adulto también. Esto funcionó como final de la procesión y me permitió partir al hotel. El grito de “My Friend, my Friend” retumba aun hoy en mis sueños.
Mr. Dessert en su despacho. Dalí se
habría inspirado en su imagen, pero no
alcanzó la espesura de su moncholo.
También en tren partí hacia mi próximo destino: Jaisalmer. La última ciudad antes de la frontera con Pakistán que está emplazada en el medio del desierto. No es muy grande y se ubica sobre la ladera de una pequeña meseta donde hay una fortaleza con su palacio y su ciudadela. El tour obligado es salir unos días al desierto en camello, para ello hay más o menos treinta puestos con guías. Yo me incliné por el de “Mr. Desert Tours” atendido por el mismísimo Sr. Desert. El maestro había salido en un concurso como el más fiel representante del lugar. Estando ya dentro de su oficina, entró una bella señorita que me miraba anonadada, yo tenía una pinta paupérrima, por lo que no le preste mucha atención y creí que era por mi aspecto andrajoso que le llamaba la atención. Pero no, yo le comento al amigo que tenía a mi lado que esa chica me parecía italiana y ella, que me escuchó, me dice"no, no soy italiana, soy Paula, la novia de Tomás, que está afuera". Madre de Dios, me había encontrado con un amigo de Córdoba en el medio de la india, a través de una chica que solo me había visto en fotos. Una casualidad que en la India, donde hay más o menos 1240 millones de personas, sumado a que con ella no nos conocíamos personalmente, es poco frecuente. Sucede cada diez o doce vidas. Cuando salí de la sorpresa, los tres pasamos todo el día juntos, incluso brindamos por el encuentro con “Mr. Desert tours”, que facilitó esta increíble coincidencia. Aclaro que yo no tenía ni idea de que mi amigo estaría en India en ese momento. 
Ramón timoneando un modelo del Sr.
Dessert. Su única queja: los tapizados
le provocaron paspaduras permanentes.
Llegada la noche ellos partieron a Delhi y yo al desierto. Con mi nuevo amigo, el Sr. Desert y sus camellos, recorrimos varios oasis y pequeños poblados mimetizados con el color de la arena. Viví en carne propia el calor insoportable del día y el terrible frío de la noche. Dunas interminables, paisajes totalmente desolados. Todas las gamas del amarillo pasaban frente a mí cambiando mientras avanzaban las horas. Posos de agua rodeados de mujeres que cargaban grandes vasijas de barro por sobre sus cabezas para llevarlos a caserios perdidos entre la movediza arena. Pasaron dos días y volví a Jaisalmer, allí, nuevamente cambié de planes cuando leí en el diario que la relación con Pakistán estaba al rojo vivo y las fronteras estaban peligrosas. Por lo tanto, decidí quedarme en India que, sinceramente, tiene tanto para ver que no alcanzan mil viajes y mil vidas para terminar de conocerla y dejar de sorprenderse.
My Friend, my friend, my friend, my friend …

Ramón Herrera

No hay comentarios:

Publicar un comentario