jueves, 27 de septiembre de 2012

Trip Tour: de paseo por las iglesias católicas

Una vez en París, no me acuerdo cuándo y siguiendo el consejo de no sé quién, me encontraba apenas pasado el amanecer,  en la catedral de Notre Dame. Nunca me voy a olvidar de esa mañana, aunque lo quisiera.
Notre Dame. Un lujo que la iglesia
actual no se permitiría dar. Mmm.
Ese día, muy temprano en mi cabeza, se sumaron excelentes manifestaciones de arte que no hicieron otra cosa que potenciar mis sentidos para llevarlos a lo más profundo de la espiritualidad. Fue entrar a una iglesia vacía, solo, escuchando mis pasos y de golpe escuchar la fuerza de un coro de treinta personas cantando misa. Fue trasladarse de golpe quinientos años atrás en el tiempo, fue un instante de explosión para luego relajarme, sentirme en armonía con los rayos de luz que entraban por los vitrauxs de colores y se reflejaban en los oscuros y fríos pisos. Verlos, entender las imágenes, ser parte de la grandeza artística solo por recibir el color de un reflejo sobre mi cuerpo ya era mucho. Era estar rodeado de esculturas que me cuidaban y seguían cada uno de mis pasos dentro del tenue templo. La intensidad del coro me hacía variar los pensamientos y mi mente trabajaba buscando imágenes fuertes dentro mío, la majestuosidad y austeridad de la arquitectura me absorbía. Todo se mezclaba en mi cabeza. La música, la historia, las artes, la religión, la arquitectura, París.
Salí de nuevo al siglo XXI, después de dos horas fantásticas, irreales. La ciudad me estaba esperando en la puerta, con ella los primeros japoneses y otros turistas que ya estaban fotografiando a la catedral. Me saqué las fotos de rigor frente a la fachada y emprendí nuevamente mi camino rápido y sin pausa hacia ningún lado. 
El castillo de Santiago de Compostela,
perdón, la iglesia.
Unos años mas tarde, en Galicia, me encontraría con otra de las grandes obras  del hombre en el nombre de Dios. La catedral de Santiago de Compostela. Ese día llovía en Santiago y las calles empedradas estaban vacías y más grises que nunca. De pronto, me encontré en la puerta, en esa puerta donde tantos peregrinos llegan desde hace novecientos o mil años recorriendo kilómetros de duro andar entre bosques y montañas. Siempre guiados por la fe, esa que los hace llegar al magnífico edificio, a la gloria. 
Hoy en día, la catedral impacta. Su magnificencia, el tamaño, las imágenes gigantescas de bronce, el altar, las naves, todo nos hace sentir diminutos, frágiles ante tanta fuerza. La catedral fue construida en plena edad media, en 1075, cuando las viviendas de la época eran chozas primitivas con estructuras de madera,  cubiertas de paja o hierbas y muros de barro o piedra, donde el humo del hogar central se filtraba por las grietas del techo, donde los animales compartían el mismo ambiente o, a lo sumo, el de al lado. Las ventanas eran huecos carentes de vidrios o protección. Por eso me gustaría viajar en el tiempo y por un momento vivir lo que sentían aquellos pobladores del medio evo al entrar en la catedral de Santiago. Era entrar al cielo, era la casa de Dios. No podía ser de otra manera, no existía poder terrenal para tener semejante morada, ni siquiera los reyes mas poderosos de la época. 
Lo poco que sé de la edad media me llevó a buscar en Santiago signos en la arquitectura y, observando con detenimiento, me dí cuenta de que en Santiago estos están todos presentes. Para hablar de una de estas simbologías, tomo la numerología, por ejemplo, el tres, cuatro y el doce, se ve reflejada en la planta con la cantidad de columnas, en las aberturas, en la cantidad de capillas y santos que adornan el recorrido de la nave central. Todo el edificio está estudiado a la  perfección, en el diseño no dejó libre ningún elemento. El espacio supremo es el pórtico de la gloria, en donde cualquier mortal en su sano juicio, tiene la obligación de emocionarse.
Franco los quería cansar antes de que
le pidan a Dios por  su desaparición
También en España, precisamente en las afueras de Madrid, hay una gran iglesia, en realidad es La Basílica de la Santa Cruz, conocida más comúnmente como el Valle de los Caídos. Es una gran construcción que mandó a hacer Francisco Franco. Las dos grandes particularidades de esta obra, a mi entender, es el trabajo realizado sobre la montaña, ya que la nave de la iglesia, es de más o menos 260 metros de largo y está cavada íntegramente en la roca. Por lo tanto es un ámbito frío, gris, sin ventilación y sumamente lúgubre. Lo otro que me impactó de este lugar, fue el hecho de que solo entrara luz por pequeñas ventanitas en dos o tres puertas que hay en los costados de ambos lados de la nave principal. Se ve apenas iluminado un gran salón, en el que se encuentran enterradas las más de 35.000  personas muertas en la guerra civil. La sensación es muy fuerte ya que, sumado a lo oscuro del lugar, se agrega lo tenebroso de esos grandes espacios  que uno apenas ve y que, cuando se asoma un poco por la abertura, una pequeña correntada de aire frío te pega en el rostro produciendo, por lo menos en mí, una sensación horrible. Otra particularidad de este lugar es que está enterrado su hacedor, Franco. A su tumba aun hoy la gente la pisa despectivamente e incluso más de uno la escupe.
Otra catedral que me llamó la atención es la de Cuzco, en Perú. Y esta vez no fue tanto como las europeas por lo magnífico de sus tesoros arquitectónicos y esculturales. Es de piedra, pero de una piedra que era ajena al catolicismo. La iglesia se alza en el mismo lugar donde existía un templo incaico que fue destruido por los españoles y usado para construir lo que vemos hoy en la plaza principal. En una de las salas laterales están los retratos de los diferentes obispos de la colonia. Estos habían sido pintados por los incas, y yo no sé si los rostros que reflejaban tanta ira era reales o era una interpretación de estos aborígenes que sin dudas se sentían totalmente impotentes ante la colonia y su iglesia.  
Ramón, después de su gira espiritual.
Paso mucho tiempo en mis viajes viendo iglesias, me atraen, me hacen pensar en la historia, en la mente humana y en sus búsquedas. La necesidad de creer y sentirse contenido. A medida que pasa el tiempo me encuentro cada vez más cómodo en una pequeña, austera y humilde capillita de pueblo que en la mismísima catedral de San Pedro.  Todo depende de cada uno y de su momento.

Ramón Herrera

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