El primer tren que tomé en India me sorprendió. Era increíble; servicio a bordo, cómodo, limpio, rápido, todo perfecto. El viaje era desde Nueva Delhi a Chandigar. Pero lo que en ese momento no sabia era que ese era el único tren en todo ese país que cumple con esas condiciones. El resto, no.
Todo empezó cuando fui a sacar el boleto. La estación era un mundo, gigante, estilo inglesa, como la de Retiro en Buenos Aires. Construida en su totalidad con materiales traídos de Inglaterra hace ya más de 60 años, magnífica, su arquitectura y su tamaño. Estaba repleta de gente, aclaremos que en India hay gente en todos lados. En esta estación, a los más relajados se los encontraba durmiendo en los corredores sobre bolsones de ropa, cereales, valijas o pieles. A otros, vendiendo jugos, comida, barbas postizas, ropa, herramientas, estampitas, especias, cualquier cosa, lo que sea, de todo. Mucha gente mendigando. También te encontrabas con chocadores rezagados de trenes que corrían con sus valijas y familias arrasando a cualquiera que se interponga en su camino al vagón. Tertulianos tomando un té sentados en el piso en cualquier parte de la estación, hall central, boleterías, pasillos, frente a anden. En las estaciones, cualquier lugar es bueno para un té. Más alejados siempre hay alguien haciendo pis en algún rincón ya que es difícil bancarse la larga cola del baño. Los chicos jugando al críquet en los pasillos de los andenes junto a muchos padres y espectadores temporales. La lista sigue, pero como dije antes, es un mundo.
Sacar el boleto fue relativamente fácil, y digo esto porque antes de encontrar la oficina que los vende, se me acercaron unas cuantas personas - de siete a diez, tratando de suministrarme el pasaje alegando que me iba a salir más barato, a las que esquivé como Diego a los ingleses. Llegué a la boletería y saqué sin problemas mi ticket. Un solo tren salía a Chandigar, así que no había opciones. Todo fue perfecto, una máquina vieja pero que cumplió los horarios y en la que primaba el orden, algo tan difícil en India. Claro, después me enteré que Chandigar es la ciudad burocrática de la India y a ella va la gente mas importante del país, por eso lo del tren especial.
A partir de ese viaje, los trenes que tomé en India fueron totalmente distintos. Los pasajes a cualquier lado tenés que sacarlos dos o tres días antes sino no hay lugar. Los trenes viajan siempre llenos, siempre. Una vez sacado el boleto y en ya la estación, tenés que reconocer el vagón en el que te toca viajar. Esto se logra leyendo en las puerta de cada uno de estos, un listado con los nombres de cada pasajero. Hay que considerar que los trenes tienen 30 vagones así que, aunque uno tenga el numero del vagón que le toca, igual no es fácil a lo que se suma que hay otros muchos que también buscan su asiento y su vagón.
Una vez encontrado al vagón, hay que apurarse a subir y a ubicarse ya que la mayoría de los pasajeros llevan una cantidad de equipaje monstruosa y, si no se llega a tiempo, se corre riesgo de viajar con la mochila sobre la falda durante todo el viaje. Si llegás tarde, no queda lugar para nada. Me pasó en un viaje de seis horas y, la verdad, no lo recomiendo. Si te demorás en subir al tren, tenés que luchar para llegar a tu asiento ya que desde la puerta del vagón en adelante es prácticamente imposible desplazarse. Por lo que, habitualmente, el viaje tendrá que hacerse parado.
En los viajes nocturnos uno paga por una catrera. La que nunca debe ser la de más abajo porque los pasajeros que no quieren dormir o que hacen trayectos cortos, viajan sentados en ésta por más que no les corresponda su uso. Y si uno pensaba dormir, tendrá que hacerlo sentado porque ante la falta de espacios se transforma automáticamente en un asiento común. Incluso, si te descuidás, hasta podrás quedarte sin tu lugar. La cama del medio hacia arriba corre el mismo riesgo porque es el respaldar de la primera, por lo tanto, entendemos que la más alta es ideal ya que sí o sí está para dormir. Pero también es donde se respira la nube de humo de los cigarrillos y la tierra de todo el tren. Igualmente es y será la elegida para la noche.
En un viaje de Calcuta a Varanasi en le que iba a pasar toda la tarde y una noche, me tocaron al lado dos señores que, aparentemente, no se veían hacía años ya que hablaban, fumaban y se reían durante todo el viaje. Cuando hacían silencio, siempre pasaba algún vendedor que promocionaba con todo entusiasmo su producto y despertaba hasta al más dormido. Hablando de estos últimos, los más populares son los que venden shai (té con leche), que pasan unas doscientas veces por viaje y a vivo grito. Todos, desde los que venden el shai hasta los que venden juguetes, paran al lado de un turista, yo en este caso, y se quedan parados gritando hasta que este se despierta, los mira, controla el producto ofrecido y les dice que no. En cada estación que para el tren suben muchos, todos con la misma metodología, sea la hora que sea. Cuando el tren empieza a moverse, se bajan y vuelven a escena los que viajan vendiendo en la cabina. En el primer viaje, después de las primeras cuatro o cinco horas de esto, creí que me bajaba y me iba corriendo, pero con las horas uno se adapta y muchas veces hasta compra algo. Venden unos omelettes riquísimos.
El tren es como India, desordenado y sucio, pero divertido e inesperado. No se sabe nunca que va a pasar, hay que estar preparado para la sorpresa y para encontrar en los vendedores o en algún compañero de viaje algo único, ya sea un relato un hecho o simplemente un producto, como las barbas postizas que me compré en la estación.
Después de un viaje de estos uno dice, en tren nunca más, pero no es tan así, ya que si esto suena como algo cansador, molesto y hasta irritable, por momentos no lo es. Claro, todavía no les conté lo que es viajar por India en colectivo.
Ramón Herrera
Música sugerida para una experiencia así: cualquier disco de Coldplay
(si querés contarnos una experiencia de viaje para que publiquemos, envíanos un mail a lamusicatelleva@gmail.com , con textos y fotos y no olvides tu sugerencia musical para vivirla)
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