jueves, 26 de abril de 2012

Trip Tour: cuidado con las minas!


Apenas crucé la frontera me di cuenta que el viaje no iba a ser uno mas. Después de recibir en Vietnam una mar de recomendaciones sobre los cuidados a tener por donde voy y, sobre todo, por donde piso, emprendí mi nuevo destino: Camboya.
La frontera fue solo un trámite. Me esperaban nada más que tres casillas de cemento en el medio de la nada, alguna bandera, un par de carpas de campaña y militares que miraron mi pasaporte con mucha curiosidad ya que no tenían, creo que no tienen todavía, idea de Argentina. Luego de que cada uno de los 10 o 15 soldados lo observaran, hicieran comentarios y chistes al respecto (por supuesto, en perfecto camboyano del que no entiendo una sola palabra), me invitan a pasar. Ya estaba en Camboya.

Como en Londres, bondi de 2 pisos.

Caminé 100 metros y llegué a un especie de bar. Lo convertía en tal el solo hecho de que bajo el quincho de paja, abierto a los cuatro vientos, tenía en el medio del piso de cemento, un freezer de Coca Cola. Al ingresar, seis o siete personas se me acercaron para llevarme camino a Pnom Penh. Media hora más tarde, que fue lo que tardé en arreglar el precio del viaje, partimos en una combi que no estaba en muy buen estado, con capacidad total para los que dios quiera. En el camino empezaron a subir toda especie de personajes del lugar, que analizaban al exótico, o sea a mí, sonreían y se me quedaban mirando al menos 10 minutos. Yo era el único que no tenia ropa del lugar, que estaba calzado con botas y no ojotas, que no entendía nada de lo que hablaban, y que tenia los ojos en forma rara. A las dos horas del viaje en la parte de atrás, ya éramos 17 personas. Duró unas cinco horas para hacer aproximadamente 150 kilómetros, con una temperatura que llegaba a los 33 grados. Intenso.

OJO!! MINAS!!  pero que explotan
Me ubiqué en una de las ventanillas, que como siempre sucede en estos casos, no se podía abrir. Hasta ahora las cosas estaban saliendo bien y no había razón para preocuparse, estaba muy caluroso, pero nada más. Justamente por la ventanilla que no abría, empecé a ver lo que marca el grado de peligro de este país y sus consecuencias. Las minas. En los costados del camino veía a cada kilómetro o dos, carteles rojos en inglés que decían “PELIGRO MINAS, no pisar” simbolizados con una calavera y dos huesos cruzados, como la bandera pirata. Ya las sensaciones empezaban a ser distintas. De hecho, no me bajé de la van hasta que lleguamos a la Capital, donde me informaron de lo terrible de la situación. En Camboya, donde entre otras cosas hay alrededor de 16 minas terrestres plantadas por habitante, por supuesto nadie sabe con exactitud donde están sembradas y no se sabe cuantos años tardarán en sacarlas.
En ese momento me pregunté exactamente que hacía allí, sobretodo, que mi viaje recién empezaba. Las cosas fueron siendo cada vez más difíciles de entender a medida que pasaban los días, las historias del Kmer Roudge (grupo radical Maoista) me paralizaban del horror y el ver a las víctimas de las explosiones, más chicos que adultos, me angustiaba terriblemente. Mi sorpresa mayor fue cuando me informaron que en el camino que yo iba a hacer hacia Siam Reep todavía había terroristas que baleaban a los vehículos. A esa altura mi grado del terror era total.

Viajan como en el 60 a la hora pico.
Los comentarios eran distintos y muy cambiantes. Opté por ir, ya estaba allí. El viaje duraría aproximadamente siete horas. Y la forma de trasladarme era en camioneta ya que el camino es todo de tierra y, por momentos, hay que ir por el medio del campo porque la ruta es intransitable. Opciones, viajar en la cabina con el conductor o atrás bajo el sol, la diferencia era un dólar. Las siete horas se transformaron en semanas. Las veces que paramos me quedé al lado del vehículo ya que no quería explotar por el aire ni recibir algún balazo.


Por suerte nada de esto pasó y pude disfrutar plenamente de Camboya y, sobretodo, de las maravillosas ruinas de Ankor, donde la cultura se mezcla con la naturaleza de manera increíble. Pero esa es otra historia.
Los días pasaron y yo me sentía más seguro en este país, siempre caminando por los senderos y no alejándome mucho de los lugares poblados. Sigo entero, fue una experiencia fantástica y triste a la vez: por un lado lo maravilloso de esos templos y de su gente, los camboyanos, gente alegre, amistosa y respetuosa. Por otro, las atrocidades que sufrieron y sufren. Vidas cargadas de situaciones violentas, codeándose cotidianamente con bombas y terrorismo que, en la mayoría de los casos, le son ajenas e incomprensibles.
Al salir rumbo a Tailandia volví a ver en la ruta todos carteles de atención, pero esta vez los leí como los lee su pueblo, más que con miedo, con resignación, confiando de que algún día se acabe esta pesadilla . Al cruzar la frontera me encontré con una pareja. Iban hacia Camboya. Lo único que les dije fue "ojo donde pisan".


Ramón Herrera


Experiencia ideal para hacer escuchando Highway to hell, de AC DC.




Si querés contarnos alguno de tus viajes o historias, envianos un mail con textos, fotos y demás a lamusicatelleva@gmail.com y la publicamos. No olvides ponerle una canción ideal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario