Estambul es una de las ciudades más fascinantes que recorrí. Es de las intensas, una inquietante mezcla de Europa con los países árabes del norte de África. Uno de esos lugares donde no podés aburrirte nunca, entre la arquitectura y la cultura que se vive en cada esquina te sentís envuelto y atrapado, haciendo muy difícil que te quieras ir. El museo de Santa Sofía, el Palacio Top Kapi, la mezquita azul, el gran Bazar, la lista sigue y sigue.
Desde mi llegada sentí que se me iban los días como arena en la mano y esta ciudad se mostraba a cada paso más especial. Una tarde, después de perderme por un rato por el Gran Bazar de Estambul, decidí ir a hacerme masajes a uno de los lugares más antiguos y tradicionales de la ciudad. Cagaloglu Hamam Cafeterya. Recomendado por todos y famoso dentro de Turquía y tal vez en el mundo, era para mí otro secreto a descubrir. En mi imaginación, la experiencia a seguir sería la de entrar a una cabinita, recibir cuarenta minutos de masajes y retirarme relajado. Bueno, nada de esto pasó.
Portal de ingreao a la casa de masajes: más de 300 años dando placer |
Después de registrarme y pagar un muy caro servicio, me asignaron un número y partí a mi habitación en planta alta cargando unas toallas y una especie de pollera. Al observar a la poca gente que circulaba dentro de este gran hall, entendí que me debía despojar de mis atuendos y calzarme la pollera para ir hacia una puertita que estaba más allá de la mesa de entrada. Todo era basado en la deducción, ya que del poco inglés que habla esa gente mezclado con el turco, yo no entendía ni una sílaba de lo que me decían.
Qué porte! Ramón está listo para una sesión inolvidable |
Cúpula, mármol, columnas. Los masajistas se ocupan de traerte a la realidad terrenal |
Ramón en plena limpieza corporal. Su cara de placer lo dice casi todo. |
Ahora sí: este debe ser el final de la tortura! |
A la mañana siguiente, mi cuerpo estaba realmente como nuevo y con una enseñanza: masajes en Estambul no me volveré a hacer nunca más.
Ramón Herrera.
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