Egipto es uno de los países mas
sorprendentes que visité. Me costo mucho al principio, pero según
pasaban los días me atraía, me seducía, sacaba de mí toda mi
energía, me hipnotizaba con sus costumbres y por supuesto con su
historia.
En el aeropuerto de Madrid antes de
salir había leído que terroristas habían secuestrado a tres
alemanes y baleado un tren cerca de Assuán y que, coincidentemente,
habían matado a una turista argentina.
Llegué al aeropuerto de El Cairo a las
dos de la mañana, con mi pesada mochila, cansancio y la verdad que
un poco de miedo. Tenía veinte recién cumplidos. Después de los
trámites básicos de aduana, diría mínimos, solo sellaron el
pasaporte, no me revisaron ni miraron nada, solo me preguntaron por
Maradona cuando vieron que era argentino. De las pocas personas que
había yo solo veía algunas caras con miradas profundas, oscuras y
quebradas por el sol que apenas se escapaban entre los pliegues de
los pañuelos cuadriculados rojo y blancos o negros y blancos. La
gente del vuelo con la que había hablado estaba toda en algún tour,
yo no sabia dónde iba a dormir esa noche.
Rolando Rivas and egypcian friend. |
Después de un rato, al ver que el
aeropuerto estaba prácticamente vacío y que no había muy buen
ambiente para pasar la noche, hablé a un hotel que más tarde me
mando un taxi a buscarme. El viaje al centro del Cairo fue uno de los
mas tensos que tuve. El taxista no hablaba mucho inglés y pretendía
que yo entienda árabe con el solo hecho de hablarme prácticamente a
los gritos, a todo esto hacia ya mas de una hora que había salido
del aeropuerto y no tenia ni la más remota idea de a dónde me
estaba llevando ese personaje, que me repetía palabras, gesticulaba,
se reía. En un momento hasta me empezó a mostrarme los muchos e
indescifrables tatuajes que tenia en los brazos. Todo esto yendo muy
rápido y por supuesto pasando todos los semáforos en rojo.
El Cairo de noche, che. |
Las mezquitas iluminadas que miraba de
reojo pasaban muy rápido. En la calle no se veía a nadie. De tanto
en tanto, pasaba carteles en árabe que no me daban ninguna
referencia de dónde estaba ni hacia dónde iba. Desde una especie de
circunvalación bajamos a cortadas oscuras y desordenadas que se
mostraban a la vuelta de cada esquina aportando más datos a mi
confusión, acá soy boleta, pensaba. En una de éstas por fin
llegamos al hotel en el que me esperaban. Cuando bajé del auto no se
qué se habrán dicho el chofer y el recepcionista porque no paraban
de reírse, hoy estoy seguro que era por la cara de miedo que tenia.
Una vez en la
habitación, me fui a bañar para relajarme un poco. Me metí en la
ducha, recuerdo que me enjabone bien la cabeza y como por arte de
magia se corto el agua. No lo podía creer, me saqué el jabón como
pude y ya sin fuerzas me tiré en la cama con los pelos duros. Tenía
de todo menos sueño. Pensé en leer pero no, así que prendí el
televisor para distraerme y, para mi sorpresa, en todos los canales
se veía una placa escrita en árabe y se escuchaba una voz lineal,
profunda, penetrante, con mínimas oscilaciones y muy pocas pausas,
que sumó a mi estado un poco más de nerviosismo. Apagué el
televisor, prendí la radio y lo mismo, ahí me di cuenta que lo que
estaba escuchando era el Corán, ya que se lo seguía escuchando por
los innumerables parlantes que hay en los miles de minaretes del
Cairo. El sonido entraba a la habitación y hacia ya definitivamente
imposible que me durmiera.
El Nilo. |
Al mediodía las
cosas se empezaron a acomodar, me cambié del hotel tres estrellas a
un albergue para estudiantes egipcios con desayuno y habitaciones
para seis u ocho personas, baño compartido y agua caliente de tres a
cuatro de la tarde. Quedaba medio lejos del centro, pero daba al
Nilo, y eso hacía muy fácil mi ubicación dentro de la ciudad.
Una vez instalado,
empecé el recorrido por el Cairo, laberíntico, inquietante,
ruidoso, caótico. La insistencia de los vendedores fue lo primero a
lo que me tuve que adaptar hasta salir de las áreas turísticas.
Después, todo cambió. De a poco la gente ya no se ocupaba de mí.
Caminé hacia ningún lado, me perdí, seguí a la esquina que más
me atraía, me internaba en pequeños pasajes que me llevaban a
ningún lado, mercados callejeros infectados de gente, gritos y
olores pasaban junto con las horas. Las calles se transformaban en
pasajes de un metro que morían en patios internos tomados por los
más chicos, de ahí a algún baldío con intenciones de plaza, y de
ahí a las más fascinantes mezquitas.
Mezquitas en medio de la ciudad |
Más tarde, ya
acostumbrado al tránsito desprolijo y ruidoso (desde camellos a
camiones), decidí regresar. Había caminado ya demasiado y tenia
mucho hambre. De camino compré pan y un poco de queso, llegué al
Nilo de nuevo y despacito volví mirando la otra costa ya iluminada,
lista para recibir la noche. Los minaretes salpicados con bombitas de
colores se mezclaban con las primeras estrellas. Ya no había
vendedores, la ciudad, como cualquier otra a esta hora, se estaba
tranquilizando, hacia frío.
En el albergue y con una taza de té,
mirando el Nilo, me di cuenta que no me iba a ser fácil dejar
Egipto, me sentía contento de estar ahí, de lo que había vivido en
solo un día y todavía sin saber lo que vendría después. Me
esperaban los museos, los templos, las pirámides, las tumbas, las
folucas por el Nilo, las comidas picantes, los paseos en camello por
el desierto, las casas de té, los partidos de baggamonn en la calle
con los vecinos, nadar en el Nilo, el canal de Suez, las noches más
estrelladas de las que me podía imaginar, los viajes en tren, los
atardeceres en el desierto, los obeliscos, Tutancamon, Ramses II.
Todo, y más de lo que me acuerdo ahora para contar, estaba ahí
listo para que yo a la mañana siguiente lo empiece a descubrir.
Ramón Herrera
Una canción ideal para entender la sensación de miedo que se siente mientras viajas en taxi al llegar a El Cairo a las 2 de la mañana, puede ser Kids, de MGMT. Hay que ver el buenísimo video que está más abajo.
Nunca un Carlos Paz o un Río Hondo, igual está muy bueno...
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