jueves, 23 de agosto de 2012

Trip Tour: comiendo por ahí!


Cuando uno viaja por varios meses y solo, es primordial cuidar la salud. Es básico entender que con una mala comida no solo se puede arruinar muchos días de un viaje o más aun, tener que acortarlo y regresar. Por lo tanto en cada puerto que uno toca se tiene que mover con suma precaución en materia gastronómica para no tener problemas. Para esto lo ideal es siempre concurrir donde haya gente, como en la ruta, que uno para a comer donde ve que hay muchos camiones, bueno, igual.
No vamos a hablar de las excentricidades y rarezas gastronómicas, sino de algunos momentos y recuerdos de las degustaciones diarias.
Méjico, entre una infinidad de cosas, es famosa por su comida picante. Antes de embarcarme por mi gira a dicho país, un consejo que recibí recurrentemente fue que tenga cuidado con la comida picante. No pasa nada, pensaba, minimizando al locutor de turno. Llegué a Distrito Federal a la tardecita y me alojé a pasos del Zócalo, que es como la plaza 25 de Mayo de acá. Me di una vueltita y derechito a un bar que servían tacos al paso. Quienes atendían, recuerdo, eran simpáticas mejicanas que indagaban sobre mi nacionalidad y detalles de mi viaje. Ordené mis tacos de carne y una coca. En el momento de servirlos una de las jóvenes me pregunto si lo quería o no con picante. Yo envalentonado, no sé por qué, le contesté muy suelto de cuerpo y con aires de James Bond "por favor, ponele como si fuera para vos". Resultó que a la señorita le gustaba mucho el chile verde, ya que el ardor que sentí en mi boca después del primer bocado duró más o menos dos días y en el momento se ve que me puse más rojo que una Ferrari porque todavía escucho las carcajadas de esa gente.
Este siglo, la gente de salubridad está
de paro. Pero el próximo salen a controlar.
En Asia, Vietnam y China, y seguramente también en otros países que no recuerdo, se acercan a uno señoras con ollas, bolsos y banquitos plásticos cargados mediante alguna caña cruzada sobre sus hombros a ofrecer alguna sopa o guiso al paso. Después de acomodarse en el asiento suministrado o acomodarse en algún cordón, la cocinera hará un despliegue de sus productos y comenzará a mezclar los ingredientes para seguramente terminar en un muy buen plato o tazón de comida. El servicio incluye también bajilla, palitos y en algunos casos té, muy rico y mas rápido que ir a mc donalds. Siguiendo con la comida callejera, y siguiendo la premisa de que si hay mucha gente la comida es buena y fresca, por ejemplo, he comido los más deliciosos patés de ave o de pescado en Laos, a la orillas del Mecong, acompañados de algún vaso de vino tinto, costumbre heredada seguramente de la antigua indochina, sentado en un banquito tambaleante al lado de un mercado repleto de gente discutiendo por el valor del arroz. En China, en las estaciones de trenes, he comido y visto cómo preparan las mejores sopas de fideos en un carrito y con la particularidad de que los fideos los hacen frente a uno, sin usar ningún elemento de corte, agarran la porción de masa y la van estirando y golpeando sobre una mesada llena de harina y ésta se va deshilachando hasta que queda convertida en un puñado de fideos que tiran en el agua hirviendo, todo esto también en el carrito callejero. Deben tener de dos metros de largo por uno. 
Sin exigencias, pero con dudas,
Ramón casi se come un perrito pekinés.
Estando en Beijing, también China, quería comer pato pekinés, que es una de las comidas tradicionales de esta capital. El tema fue que el presupuesto no alcanzaba para ir a un restaurante. Ya casi entregado, caminando por los laterales exteriores de la ciudad prohibida, me encontré de casualidad con un puestito semi callejero, un local diminuto y las mesitas y sillas de colores que copaban la vereda iluminadas por pequeñas bombitas blancas. En la humilde vidriera, colgaban los tentadores y deliciosos patos soñados. Así que me di el gusto de disfrutar, con una cerveza helada y frente a uno de los paredones y parques de esta magnífica construcción llena de historia y belleza, de un manjar que jamás hubiera podido comer en otro lado y que, seguramente, de haberlo hecho, nunca tendría el mismo encanto.
Frituras nunca fallan,
lo que falla es el hígado.
En Khajuraho, India, no recuerdo que motivo, hacía muchas horas que no comía. Por lo tanto me aventuré, entregado ya por el hambre, a uno de los únicos puestos gastronómicos que encontré. Se exhibían en el mismo una especie de bolitas de más o menos 4 centímetros, muy comunes en India, compuestas de una masa y con un corazón de algún vegetal crocante o picante. Fritas. Generalmente las hubiera comprado y comido, pero la verdad es que no las veía muy frescas y el aceite que había al lado del snack, donde supuestamente se habrían freído, parecía petróleo o aceite tipo Bardall para autos: negro y con un uso de más de cuatrocientas frituras. Yo como esto y me muero, pensé mientras miraba las esferas de masa. A esto, el vendedor rápido y perceptivo de mi duda, me llama al grito de “my friend, my friend” y, cuando lo miro, introduce su mano entera en la fuente de bolitas, levantando y dejando caer las frituras en varias oportunidades repitiendo “very fresh, my friend, very fresh”. Cuesta creerlo pero me cayó tan simpático el asunto que le compré un puñado y debo decir que estaban riquísimas. Por supuesto que con esas mismas manos me cobró, acarició el perro que pasaba, se rascó la cabeza y se puso a amasar nuevas torrejitas para futuros comensales. Mi estomago, perfecto. Sé que suena algo desagradable, pero no es ni más ni menos que lo que pasa cuando comemos alguna de las exquisitas pizzas de la cancha, un choripán, o entramos a algún bodegón a comernos una milanesa a caballo con papas fritas. Y todas estas cosas, acá nomás, a 15 cuadras.

Ramón Herrrera

No hay comentarios:

Publicar un comentario