Me
entendes, Aswan dije!
No
sé por qué a las tres de la tarde me decidí a sacar el boleto hacia
Aswan ni por qué me aventuré en la
estación de trenes con cuarenta grados de calor. Tampoco me explico qué me
llevó a comprar un ticket en una ventanilla donde nadie hablaba
una sola palabra en castellano ni en inglés. Son los pro y los contras
que existen cuando se viaja viviendo el día a día, no atándose a
calendarios ni a cronogramas. Hoy, ya todo está traducido y
sumamente explícito, pero hace más o menos quince años, si bien Egipto
ya era una meca para el turismo, lugares como la estación de trenes
no eran de los mas globalizados porque la mayoría de los viajeros se
trasladaba por el Nilo o en algún tour, por lo tanto, era un lugar
aún no muy desarrollado para el extranjero.
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Hermosa la espera del tren en la estación
de El Cairo. |
Ya
hacía más de una semana que estaba en el Cairo y era hora de seguir
viaje. Así que averigüé donde quedaba la estación de trenes y
caminando por las calles, veredas, cortadas, pasajes y los muchos
movimientos caprichosos que tiene esa laberíntica ciudad, que me
hizo perder más de una vez, llegué a Suman Fati, la estación.
Majestuosa, llena de vida, ruidos y olores, un perfecto reflejo de la
ciudad. Mezclándome entre la gente, busqué la casilla de
informaciones y ahí estaba, cerrada. No había rastros de haya estado abierta recientemente ni cartel alguno que me indicara cuando volver o a donde
averiguar sobre trenes y horarios. Así que, preguntando quién hablaba
inglés, encontré respuesta en un vendedor de revistas que me indicó
con más señas que palabras donde sacar mi ticket a Assuán.
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Desde sudamérica parece hasta muy fácil. |
A todo
esto, a mi alrededor se agolpaban todo tipo de personajes, algunos
traían ante mí sensacionales ofertas como papiros, limpia inodoros,
pulseras, relojes, adornos en forma de esfinges, pirámides y, por
supuesto, alguna que otra piedra tallada asegurando su autenticidad y
valor histórico. Todos, gritando el precio en inglés para que yo no
tenga duda del gran negocio y para tapar los gritos de la
competencia. Muchos otros veían en mí a un posible benefactor ya que
me pedían plata, el reloj o la cámara de fotos como canje o
donativo y, lógicamente, los curiosos que se sumaban a la amansadora
que me rodeaba para ver como decía yo que no y buscaba la ventanilla
indicada. Sin dudas no era una situación ideal ya que, sumado al
calor, la muchedumbre y a que todos me hablaban en su lengua nativa o
en algún tipo de inglés de interpretación local que de diez
palabras entendía solo una, yo seguía sin encontrar en dónde sacar mi
boleto a Aswan.
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Aswan? No comprender. El que sigue. |
Después de un rato de descifrar los símbolos en las
paredes, encontré los que eran correspondientes a la boletería
numero 17 (parece fácil ahora, pero con los números en árabe la
cosa se complica). Luego de esperar en una fila con mucha gente y en
la cual había que defender el lugar con cuerpo y alma ya que, sin
ningún problema, todos los que llegaban intentaban religiosamente de
evitar la cola sin tener que esperar, poniéndose delante de la ventanilla y empujando al que
cuidaba un lugar generando un griterío y un forcejeo constante. Este
trámite duró dos horas. La cola era de más o menos cuarenta metros.
En el medio de todo ese caos y para que el cajero me entendiera hacia dónde
quería ir, pasó media hora más. En esos minutos con el vendedor frente a mí y una importante cantidad de personas que se ponían cada
vez más molestas por la espera que yo les ocasionaba, tuve que aprender a
decir Assuán en árabe, ya que parece que mi pronunciación no tenía
nada que ver con la real. Costó pero al fin me fui feliz con mi
boleto en la mano.
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- Jeje, parientes en Sudán? - Eh? |
Saliendo
de la estación completamente transpirado y cansado como
después de un recital de AC/DC, con sudor propio y ajeno, pero con la satisfacción del deber
cumplido, caminé hacia un puestito dentro de la estación a tomarme
un dulce y fresco jugo de naranja, muy comunes en Egipto. El vendedor, que
hablaba un poco de inglés, me pidió ver el ticket y con una sonrisa
sarcástica me dijo que me habían vendido un boleto a cualquier lado
menos a Aswan. En ese momento yo creía que me largaba a llorar y le
reventaba el carrito a patadas. Pero cuando logré calmarme tomé de
buda toda la paciencia del mundo y me fui a golpear la puerta de la
oficina en la que estaban los vendedores y traté de explicarles mi situación.
Ellos no me entendían una palabra y veían mi angustia, entonces me hicieron pasar y me
dieron un té. Era una pieza de cuatro metros por cuatro donde había un
ventilador que apenas movía las aletas, realmente pasaba desapercibido, hacía más calor dentro que afuera de esa habitación. Si le sumamos el té bien caliente, me sentía totalmente agobiado, pero no podía dejar pasar tanta cortesía y mi única oportunidad de sacar el ticket. Una mesa con una caja
registradora del año cincuenta que no paraba de funcionar, dos o
tres sillas y dos banquetas enfrentadas a las ventanillas de la pared donde se agrupaba la gente. Las paredes limpias aunque ya el color
blanco original de la parte de arriba era amarillo y el amarillo de
la parte de abajo naranja, ambas se empezaban a descascarar, carteles
incomprensibles, alguna bandera egipcia y un mapa del país tapaban un
poco las intrigantes manchas de humedad. Me acompañaban en la
habitación más o menos seis personas. Nos sentamos con el que parecía el jefe y, después de un buen rato y mapa de por medio, llegué a Aswan.
Y
como siempre pasa, al día siguiente antes
de ir a tomar mi tren, salí un rato a caminar por el Cairo y en alguna calle logré ver un letrero en perfecto ingles que anunciaba la venta
de pasajes oficiales en tren a cualquier lugar de Egipto. No solo no
necesitaba hacer cola sino que también en ese local había aire
acondicionado.
Ramón
Herrera
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