Si bien hay muchos ríos
famosos en el mundo, el Amazonas y el Nilo son, tal vez, los más conocidos. Más
allá de ser el más largo del mundo, el Nilo cuenta con una carga histórica
milenaria compartida y generada por pueblos, faraones, ejércitos, pirámides y
templos.
Desde su nacimiento en Sudan, pasando por Zaire para encontrar el
Mediterráneo en Egipto, el río recorre 6680 kilómetros . Fue y es determinante para estos países,
marcando las cosechas, generando y quitando vida según la intensidad de las
inundaciones o sequías.
Abu Simbel, un faraón careta |
Actualmente, existen muchas formas de navegarlo, ya sea en los tantos
cruceros atestados de turistas y lujos, en las lanchas rápidas, en los grandes
ferrys que cruzan infinitamente de costa a costa personas, autos, camellos y
la gran cantidad de cosas que siempre se necesitan del otro lado del río, remando
o por las antiguas Falucas.
Estas últimas, tal vez sean las embarcaciones más viejas que han
navegado al Nilo. Este velero, aparece en murales de templos y en ruinas
arqueológicas que descubren sus mas de 4500 años. Por ser una forma económica y
práctica de moverse dentro del río para los pescadores y comerciantes, sumado a
la demanda del turismo para dar algún paseo de horas o días en busca de
templos o pueblitos no tan populares por el turismo (casi imposible), es muy
probable que este tipo de velero siga vigente por mucho tiempo más.
Faluca clase turista |
La faluca no tiene camarotes ni espacios cubiertos. Las lluvias son
pocas y el sol puro, violento, hace que los mediodías la embarcación se detenga
para escapar de los rayos de Ra y preparar algo de comida en la orilla, bajo algún
grupo de palmeras que, muchas veces, hacen de límite entre el río y el desierto. Las
tardes se pasan entre ruinas, pueblos y cruceros que levantan un oleaje que
inquieta un poco a la pequeña embarcación y a sus tripulantes, que más de una
vez terminan salpicados.
Monumentos a orillas del Nilo |
Los pueblitos son secos. Se los ve golpeados más por el imponente desierto
que por las aguas del río, las pequeñas viviendas irregulares, áridas y primarias
que tienden al amarillo que las rodea. Por dentro, sus pisos de tierra y la
falta de ventanas en alguno de los ambientes, se mezclan con las trabajadas y
coloridas alfombras, el olor a comida y los gritos de los chicos que corren saliendo
y entrando golpeando las puertas de pesada madera. Estas casas son, a su vez, las
encargadas de los movimientos zigzagueantes de los corredores que hacen de calles
y veredas. Cuando el velero llega, todos los chicos del pueblo se acercan a
pedir caramelos o alguna moneda. Los no tan chicos, en cambio, irán también hacia
los turistas a ofrecer papiros, artesanías, algún producto de comida casero o
gaseosas frescas y galletitas.
Pueblos secos del Nilo |
Por las noches, ya en tierra nuevamente, el capitán prepara algún guiso
muy picante en el mismo fuego que acompañará al grupo durante largas charlas
con té y seguramente alguna canción. Para terminar el día, al dormir a la
intemperie (en el velero), las estrellas y la luna toman el protagonismo y
regalan un espectáculo fantástico, la falta de polución y el estar alejado de
las luces de ciudades o pueblos, transforman la noche en un paisaje profundo,
ideal, lleno de recuerdos, historias y sentimientos. El sonido del Nilo va
desapareciendo por el sueño hasta la mañana siguiente que nuevamente Ra indique
la hora de seguir navegando.
Realizar este mismo viaje desde algún crucero o lancha a motor, seguramente
tendrá otras vivencias sobre el mismo cielo, río, dioses y estrellas. Pero mas allá
de la embarcación, el Nilo es tan grande por todo lo que significa que a cada persona
que lo navegue sentirá algo distinto,
algo único, algo que el Nilo tiene solo preparado para cada uno.
Ramón
Herrera