jueves, 15 de noviembre de 2012

Trip tour: Don Carlos V


Estando en Madrid me decidí a ir a la fantástica y medieval Toledo. Pero aprovechando que las cercanías de la capital Española, son muy seductoras y estando con unos días de tiempo, no se puede ni se debe dejar de conocer el acueducto de Segovia, El monasterio del Escorial,  El valle de los caídos y por supuesto la milenaria Toledo. De esta última nos vamos a ocupar más tarde, ya que no puedo dejar de escribir unas líneas de los sitios que nombré y recorrí en un Fiat 147 blanco prestado o alquilado en Madrid, la verdad es que no lo recuerdo ahora.
Sin vergüenza, Ramón prepara
para su almuerzo en Segovia.
En Segovia, las palmas se las lleva sin duda alguna, el imponente acueducto Romano construido para llevar agua desde las montañas cercanas a la ciudad. Hoy en día es llegar y sorprenderse por esos inmensos arcos de piedra superpuestos que a simple vista tienen más de 30 mts. de altura y que, por lo que entiendo y lo que vi, no tienen ningún tipo de aglutinante o adhesivo que une las tremendas piedras grises que lo conforman. Ingeniería romana pura. Segovia, a su vez es muy famosa, como toda España, por su comida, en especial el cerdo, y sobretodo el cochinillo. Por lo tanto durante mi visita, busque un famoso y viejo mesón en el que desde sus mesitas de hierro amontonadas en la vereda se contempla el gran acueducto y que se especializan en cochinillo asado. Si sumamos el vaso de vino, la ración de cochinillo asado y una vista de las más imponentes de esta obra romana, junto a un mediodía soleado y a estar sentado en una mesita en la vereda sin tiempo ni horario, sin dudas se transforma en uno de los momentos que más añoro de mis viajes.
Tranquilo, viejo, le habría dicho Felipe
a Carlos, te estoy haciendo un pequeño
mausoleo con un baño y una cocinita.
Con el autito que me habían prestado o alquilado, seguí hacia El Monasterio de San Lorenzo del Escorial que fue construido por uno tales Juan Bautista de Toledo y Don Juan de Herrera, este último apellido me suena de algún lado. Es muy difícil describir la magnificencia de este edificio. Resumiendo mucho, pero mucho, resulta que lo mandó a construir Felipe II, el hijo del rey Carlos V. Entre otras muchas cosas, el tipo es conocido porque en su vasto imperio nunca se ponía el sol,  aparentemente por dos circunstancias: una, por la victoria ante Francia en la batalla de San Quintín y la otra, por la promesa de Felipe a Carlos, en días que agonizaba, que quería ser enterrado en las sierras de Guadarrama. Sin escatimar en gastos, Felipe mandó a construir los aproximadamente 34.000 metros cuadrados. Impactantes, cada uno de ellos tiene algo que vale la pena ver. Muchos lo nombran como la octava maravilla del mundo y muchos otros lo llamaban la boca del infierno ya que ante las muertes más rutilantes de la época, se veía en el Monasterio un perro negro de grandes dimensiones que recordaba a Can Cerbero,  el perro que custodiaba el acceso al Averno. Más tarde, se dice que los monjes agarraron suelto al gran danés de un cazador de la zona y se acabó el misterio, pero la leyenda sigue y a partir de ésta se multiplican por miles. En sus pasillos y salas se encuentran increíbles objetos, alfombras y cuadros de los más renombrados artistas europeos. Todo en este edificio es digno de admiración. Recuerdo que mi visita se extendió más de la cuenta y por eso me quedé a dormir esa noche en una posada cerca del Monasterio donde siguió de parabienes la gira con un infernal guiso digno del custodio del infierno.
La espada de Carlos V: ideal para
pinchar quesos y salamines cuando
estás lejos de la picada.
Otro de los sitios a visitar es El Valle de los Caídos, construido por Franco y ya nombrado en estas crónicas. Pero ahora si, Toledo. Llegar a Toledo es llegar a una ciudad de la cual no se sabe a ciencia cierta su edad, es llegar al lugar en donde entre otros dejaron su huella El Greco, San Juan de la Cruz, y el mismo Miguel de Cervantes Saavedra. La ciudad en sí parece una pintura. Sinceramente, lo que mas me atraía de la ciudad eran dos de los mas fantásticos cuadros que vi en mi vida. El Expolio y El entierro del señor de Orgaz, ambos de El Greco. Ambos geniales y esperaba ver desde hacía mucho tiempo. La otra cosa que me atraía, y con la mismas ganas, son las espadas, dagas, cuchillos y afines. Toledo también es famosa por acuñar estas armas por miles de años y yo no quería dejar pasar la oportunidad de comprarme algún souvenir. El día anterior, me había maravillado por la historia de Carlos V y su hijo Felipe. Por lo tanto, salí a la caza de la replica de la espada de Don Carlos. Después de seleccionar a mi vendedor y hacer el regateo correspondiente, adquirí una espada de más o menos un metro veinte de largo y que pesa unos tres kilos. Desde hace años colecciono cuchillos y ésta es una de mis más distinguidas preseas, es perfecta. Recorrí Toledo durante todo el resto del día y me volví a Madrid por la noche con mi trofeo.
Esto pasa, le dijeron en el aeropuerto,
pero ese walkman a casette se queda.
Al día siguiente salía para Nueva York. Era mediados del 2000. En el aeropuerto de Barajas me presenté con mi mochila y mi Espada al check in. La mochila se la despachamos, pero la espada la tendrá que llevar con usted a bordo. Fue la respuesta de la señorita que me atendió. En ese momento no era nada raro, por lo que viajé a NYC con mi tremenda espada posando a mi lado, dentro de la cabina. Dos años más tarde, en las mismas circunstancias me incautaron de mi mochila de abordo un cortaplumas suizo de solo cuatro centímetros.  Todo cambia, Toledo no.
Ramón Herrera.

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